9.2.10

El éxodo de los valientes


Me tardé un poco para escribir, pero llegó el primer puente del año -¡Por fin!- y aunque en todos los periódicos hablan de la crisis, del IVA y sobre todo de tanta inseguridad con el balazo a Salvador Cabañas que se ha vuelto tragedia nacional -espero estar escribiendo pronto algo sobre esto- la realidad es que como siempre, la ciudad quedó vacía.

Y eso me parece perfecto por muchas razones: no hay tráfico, hay menos ruido y sobre toda poca gente neurótica, en fin, se respira mayor tranquilidad y uno puede relajarse sin salir del Defectuoso.

Por eso, en estas épocas me pregunto ¿Quién diablos se atreve a subirse a un carro para tomar la carretera a Cuernavaca un viernes por la noche?

Desde las 3 horas para llegar a la primer caseta, la gasolina y el estrés del tráfico, hasta las 4 horas que toma regresar a la ciudad el domingo –o lunes dependiendo el puente- con el sol pegándote en la cara, todo mundo se va esperanzado en pasársela bien y relajarse, pero regresan más cansados y pobres que cuando se fueron.

Además, a donde vayan seguro estará más lleno que Periférico a las 8 de la mañana, encontrarán a los mismos patanes de quienes se quejan aquí y la fila para comer en cualquier restaurante será más larga que cuando vas a pagar a Tesorería en fin de mes.

Aun así, a pesar de todos esos inconvenientes los puentes siguen siendo el escape de mucha gente para abandonar sus problemas por un momento y pensar que la vida es mejor de lo que parece… el momento donde sin importar lo demás, las carreteras se convierten en “el éxodo de los valientes”.