Los que me conocen mucho y han tenido la paciencia suficiente
para convivir conmigo saben que a veces puedo ser un poquito distraído y
olvidadizo (bueno, siendo honesto la verdad es que decir “un
poquito” es quedarme corto).
Normalmente
a la gente “se le van las cabras al monte” pero básicamente las mías viven allá
y sólo a veces vienen de visita.
Lo cierto es que esto siempre me ha generado
problemas: cambio los nombres de las
personas sin darme cuenta (y eso cuando “me acuerdo” aunque en realidad los invento y muchas veces ni me los aprendo), tardé
muchos años (y enojos) para aprenderme el cumpleaños de mi mejor
amigo; solito me meto en situaciones
incómodas como irme a echar chelas con una amiga, preguntarle por la fecha
de su cumpleaños y que ella con asombro me responda que quedamos de vernos los
dos para ¡celebrar su cumple! (neta me pasó).
No saben cuántas veces después de hacer una
pregunta alguien me responde con un “¿es neta?, ¡ya te lo había dicho!”, me
mandan a la goma y yo obviamente me quedo con la duda porque ya no me aclaran
nada.
Y les platico todo esto porque el fin de semana
alguien me hizo notar que durante 3 días
seguidos le hice la misma pregunta sin que yo estuviera consciente de eso.
Sí, ¡3 días escuchando lo mismo! Lo bueno es que lejos de enojarse o
desesperarse como muchas veces me ha pasado, pensó que era gracioso aunque por
otro lado me dijo que le recordaba a su abuelita, lo que creo no es algo tan
bueno para alguien de mi edad.
Gracias a eso, me acordé de una anécdota que les
quiero contar y que le da el nombre a este post, ahí les va:
Hace como 9 años tenía pareja y un día nos fuimos a
comer a algún lugar que obviamente ya no recuerdo pero era como una taquería; cuando
nos preguntaron por las bebidas ¡descubrí que había boing de durazno! Nunca lo
había probado ni sabía de su existencia así que lo pedí y me encantó. Obviamente
le dije a mi novia todo emocionado que existía el boing de durazno y que estaba
buenísimo.
2 semanas después volvimos a ir a comer a algún
lado y sí, me volví a emocionar porque “no sabía que existía el boing de
durazno”. Mi novia entre risas me decía que ya lo había probado y que cómo era
posible que no me acordara. Pero ahí no
termina todo.
Aunque no
lo crean, menos de un mes después de eso me volvió a pasar. Y mi novia ya no se rió.
True story.
True story.
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