23.9.15

Sopa de Caracol

Los niños volvieron a clases (sí ya sé, tiene mil años que eso pasó) y dejando de lado todo el caos que eso genera en la ciudad en cuanto a tráfico, estrés y contaminación (insisto que deberíamos mandar a todos los mini-me a un internado a Chihuahua, ¡saludos Clarissa!); saturación en FB con fotos de mamás tristes e hijos sonrientes en el primer día de clases y la búsqueda frenética de actividades vespertinas para mantener ocupadas a las criaturas del señor, hay un fenómeno que también termina (¡gracias Dios!) y algunos extrañan pero yo no: los cursos de verano.

Si ustedes tuvieron la buena fortuna de ir a uno donde se la pasaban increíble, ¡felicidades! el mío era horrible. Pero este texto no es para quejarme o tirar mala onda contra ellos sino al contrario, reírme y compartir un poco de los grandes ridículos que me tocó vivir ahí y que hasta el día de hoy me generan bullying por dos de mis primas (saludos Kari y Sofi).

Comenzaré por decir que tenía como 10 años (a lo mucho) y que yo prefería patear un balón en la calle a estar ahí pero creo que mi mamá necesitaba que mi hermano y yo estuviéramos un tiempo fuera del depa (no sé por qué si nos portábamos “tan bien”) y nos mandó a la Casa de la Cultura en Tepepan (ya se imaginarán a dónde va esto), pero en lugar de tanto rollo mejor les contaré la anécdota que le da el nombre a este post:

Resulta que una de las actividades que nos ponían era bailar. Sí, bailar. Y no conformes con lo agónico que era hacerlo contra nuestra voluntad (neta nos obligaban), la selección musical era para llorar: twist y sí, adivinaron: “sopa de caracol”. Así que todos los días fervientemente nos ponían a practicar y a “mover la cadera” bajo la amenaza de pasar a bailar solitos frente a todos los demás niños si no le echábamos ganas (mi hermano no me dejará mentir).

Seguramente dirán ¿qué hay de malo hacer algo así cuando nadie te conoce? que tus primas de Morelia estén de visita y las envíen al curso contigo (saludos Kari y Sofi) o que tu mamá esté tan feliz con el curso que lo recomiende a otras de sus amigas y a tus tías. 

De alguna manera te las arreglas para sobrevivir el curso de verano bailando “sopa de caracol” incluso con las burlas de tus primas y consciente de que en cada fiesta que suene esa canción te bullearán pero entonces sucede lo peor: el curso de verano termina con una obra de teatro de “La Bella y la Bestia”. Y sabes que cuando llegue el día habrá más primos, familiares y conocidos , ¡una pesadilla hecha realidad!

Así que hice lo más maduro que podía hacer: fingir que estaba enfermo para evitar ir al curso y que me dieran un papel en la obra. Todo salió bien cuando me enteré que una de mis primas era la taza encantada y su hermano (o sea mi primo) el villano o el príncipe, no recuerdo bien; así que entre la presión de mi mamá porque regresara y que yo me sentía seguro de haberme librado, acepté volver los últimos días (si mal no recuerdo mi hermano ya no regresó).

Aquí podría terminar mi relato si todo hubiera salido como lo pensé, pero esta historia sería decepcionante si no hubiera hecho un ridículo más ese verano, así que les diré lo que realmente pasó:

Cuando regresé las maestras insistían en que saliera en la obra (no sé si para evitar que me sintiera excluido) y por más esfuerzos que hice para evitarlo, (hasta me ofrecí para ser parte del equipo que haría la escenografía y el montaje), al final terminaron dándome unos “pequeños papeles” para actuar. Y salió peor.

Así que el día de la obra actué como “árbol 2” (porque no bastaba con tener un bosque pintado como escenografía y lo peor, moviendo mis hojas porque “hacía mucho viento”) con la dignidad herida de muerte y con una vergüenza total por estar ahí. Pero si esta humillación no era suficiente, también actué como “lobo 3” (mi papel era huir después de que la Bestia salvara a Bella de nuestro ataque) frente a mis primos, y mi tía orgullosa por los papeles estelares de sus hijos. 

Si mis papás sintieron pena ajena por lo que me tocó hacer, no me lo dijeron aunque con mi pena bastaba.

Y por si fuera poco, al parecer otro de mis primos me tomó fotos que nunca vi.

Fuck this shit.

15.9.15

¿Viva México?


Hoy es el grito de independencia. Yo recuerdo que hace algunos (muchos) años, esta fecha era motivo de celebración con mi familia; nos juntábamos todos los primos y tíos en la casa (normalmente mis papás organizaban) y celebrábamos llenos de orgullo; lo mismo en muchas casas de mis amigos y en general del país. Hoy ya no es lo mismo. Y no es lo mismo porque en el entorno nacional hay un sentimiento de pesimismo.

Prepárense porque hoy seguramente su FB se llenará de activistas sociales que gritarán y dirán que “no hay nada que festejar”, que si los “Peñabots”, que si “EPN es un vendepatria y un pendejo” (en lo segundo estoy de acuerdo), que “si los acarreados”, que si “al pueblo pan y circo con la Arrolladora”, “que si nos jodieron por una torta con refresco y vales de despensa”, y todo lo que se les pueda ocurrir. Tal vez tengan razón. 

No pienso ponerme a debatir si estoy de acuerdo con todos sus gritos de guerra (porque ninguno es argumento) y mucho menos pienso unirme a sus quejas de que no hay nada que celebrar en esta fecha. ¿Saben por qué? Porque México es mucho más que eso y yo sí tengo muchas razones para festejar este día.

Yo sí celebro porque cada calle de esta ciudad (y las de algunos estados) están llenas de recuerdos con la gente que amo y que ha marcado mi vida: Chiapas, Pátzcuaro, la Riviera Maya, Acapulco, Ixtapa, Morelia, Guanajuato, Zacatecas y muchos lugares más me dan motivos para sonreír cuando recuerdo los viajes y las personas que estuvieron a mi lado para compartirlos.

Y qué decir del DF con Coyoacán, la Condesa, Masaryk, la Roma, Xochimilco, Villa Coapa (entre otros): cuántas pedas, cumpleaños, reuniones, trabajos, abrazos, risas, besos, amor e historias guardan estas calles.

A veces se nos olvida que México no es una minoría de políticos que saquean descaradamente, sino la tierra que pisamos y la gente que vivimos en ella. Tal vez cuando aprendamos a valorar y agradecer el país que tenemos en lugar de quejarnos las cosas cambien y quizá ese día tendremos a los gobernantes que México se merece.

Mientras eso sucede yo seguiré diciendo: viva México hoy y siempre porque aquí nací, porque “a pesar de…” todos los días me da la oportunidad de vivir nuevas cosas, de conocer personas y lugares, de seguir sonriendo y maravillándome de todo lo que hay por descubrir: sus playas, sus ciudades coloniales, sus pueblos mágicos, sus pirámides, su cultura ¡su comida!, pero sobre todo su gente porque gracias a eso los conozco a cada uno de ustedes. Y por eso y más, como México no hay dos.

¡VIVA MÉXICO!