Una de las fechas más tradicionales en México está por llegar y es inevitable hablar de ella, sobre todo porque se junta con el ya famoso Halloween gringo, que poco a poco va tomando más fuerza en nuestro país entre disfraces, niños y fiestas.
Y mientras eso sucede, uno se olvida de lo que representa el 2 de noviembre. Del día en el que nos preparamos para dar la bienvenida a nuestros difuntos con una pequeña o gran ofrenda donde los dulces, la comida favorita, la ropa, las fotos, los juguetes (en el caso de los niños) no pueden faltar, en fin… todo lo que disfrutaban cuando estaban entre nosotros vuelve a cobrar vida.
Es el día que encendemos veladoras para iluminar su regreso al hogar aunque sea por unas horas (en algunos casos las prenden para espantar a los malos espíritus y así garantizarle un buen viaje a nuestros seres queridos).
¿Por qué hacemos a un lado esta gran tradición? Olvidemos el hecho de adoptar costumbres ajenas a nosotros como el Halloween (que no es lo mismo al día de brujas).
Ya bastante hacemos con tener olvidados a nuestros muertos en el panteón como para “celebrarlos” vestidos de diablos, brujas, o la última película de moda, olvidándonos de lo que realmente festejamos. ¿Qué tiene de malo imaginar que una vez al año el portal en donde están queda abierto para venir a visitarnos?
No me malinterpreten, me gusta divertirme también con las fiestas de Halloween, es más, hasta los últimos años he intentado disfrazarme (algo que era inimaginable para mí antes), pero ¿En qué momento se volvió más importante pensar tu atuendo para las fiestas… a recordar a los que ya se fueron?
Pero bueno, si ya te decidiste a salir, por lo menos hay que poner la veladora, no sea que como está todo oscuro nuestros visitantes choquen contra la puerta.