29.3.16

¡Adiós Jesús!

Cumplir años es complicado para quien todo le pesa: la edad, las arrugas, sus ojeras, las lonjas, la pérdida de cabello y sobre todo, los errores. Se convierte en una losa muy cansada para aquellas personas que incluso ven en esto un recordatorio de las metas que no cumplieron, los fracasos que tuvieron o las cosas que no han logrado alcanzar. Y entonces cumplir años se vuelve algo jodido.

Es más fuerte que recapitular tus experiencias en año nuevo porque es tu celebración y no la de todos. Así que comprendo a la gente que “descumple”, que se deprime por la edad o que empieza a pesarle los años; pero no lo comparto.

Yo por mi parte he aprendido a crecer ligero: libre de culpas y reproches por el pasado y con una sonrisa por delante. No ha sido fácil (de hecho, a veces todavía me sorprendo recriminándome cosas o mirando hacia atrás) pero comienzo a comprender la importancia de disfrutar el presente y sobre todo, de comprobar sus beneficios.

Siempre me han dicho que me veo más chico de lo que aparento (ya sé, seguro algunos de ustedes dirán que sí me veo madreado, pero en verdad lo escucho seguido) y hoy por fin comprendo que mi cara de “come-años” no es porque estoy más lampiño que niño de primaria y no me sale barba ni bigote; sino por la actitud que tengo ante la vida: disfrutarla sin preocupaciones (a menor estrés, menor desgaste), admito que de repente tengo mis recaídas y dramas pero en general trato de ser muy relajado.

Además aprendí que el mejor regalo que puedo recibir en mi cumpleaños no es alguno de los que me haga mi familia o amigos (de todas formas quiero mi cell case Julián, y para los que leen esto ¡se aceptan más obsequios!) sino el que yo puedo darme todos los días: ser feliz y agradecido, valorando lo que llega a mí.

Viendo en retrospectiva los 33 me trataron excelente:

Sonreí, lloré, me caí, empedé, sané, depuré gente y situaciones de mi vida; volví al nido y revaloré lo que es tener una relación cercana con mis papás (y dejar de tener tu propio espacio) me acerqué más que nunca a mi hermano y mi cuñada (los amo), abracé como nunca mi lado godín, conocí nuevas amistades y en especial me abrí a experiencias que me dejaron muchas cosas buenas; pero sobre todo nunca dejé de soñar y volar.

Me ilusiona mucho lo que viene por delante. Sé que estoy haciendo las cosas bien, que me esperan muchas bendiciones y que aunque para algunos de ustedes mi visión  de la vida pueda ser equivocada, a mí me ha funcionado. 

¡Bienvenidos los 34!

26.11.15

Los buenos creativos leen.

Siempre ten presente esto sin importar si estás estudiando, buscando chamba o ya trabajas en una agencia.

Y no me refiero a echarte 20 libros al año; bueno eso también es muy importante porque te dará mejor redacción, ortografía, cultura y referencias para desarrollar un concepto (sobre todo si eres copy aunque los buenos artes saben hacerlo) o cuando necesites ir a presentar porque alguien que lee lo demuestra en su forma de expresarse (créeme; saber vender y venderte es fundamental).

Los buenos creativos leen más allá de lo evidente: a sus clientes en la junta para descubrir qué necesitan del proyecto aunque no se los digan; a su equipo de cuentas para saber cuándo vale la pena “pelear” por un proyecto y cuándo no; al consumidor para conocer las tendencias sociales, de diseño y qué mueve al mundo; pero sobre todas las cosas, leen el brief.

No hay nada más penoso y falto de respeto que cuestionar a cuentas sobre el nuevo proyecto y que te respondan con un “eso está en el brief” (lo admito, alguna vez me pasó) o llegar a presentar con cliente y escuchar un “eso no es lo que yo pedí en el brief” (aunque también puede suceder por muchas otras razones).

Los briefs existen por una razón. Sé que puede sonar de flojera dedicarle un buen rato a leerlo con calma y queremos irnos directamente a las ideas pero créanme, una campaña creativa fundamentada con el brief es a prueba de balas. Además, considera que alguien (cuentas o planning) se tomó el tiempo para escribirlo y es cuestión de respeto; sí, el mismo que tú exiges cuando no quieres que “se metan con tu creatividad” (por cierto, hay que dejar el ego de lado y escuchar a los demás).

Y no se trata de hacer lo que te diga el brief al pie de la letra porque muchas veces en el camino encuentras mejores soluciones; se trata de comprender por qué te están pidiendo esa campaña 360, los radios de 20” o ese flyer que tanta flojera te da (nunca menosprecies tu trabajo).

Así que la próxima vez que estés peloteando primero pregúntate si en verdad entendiste las necesidades del proyecto, si está claro lo que debes solucionar pero sobre todo, si en verdad leíste el brief o sólo le echaste una ojeada.

10.11.15

La vida.

La vida es como una rosa: tu camino desde la raíz puede estar lleno de espinas, pero al final siempre encontrarás la belleza de la flor.

6.10.15

Amor

El mayor error del ser humano es intentar sacar de la cabeza aquello que está en el corazón.

23.9.15

Sopa de Caracol

Los niños volvieron a clases (sí ya sé, tiene mil años que eso pasó) y dejando de lado todo el caos que eso genera en la ciudad en cuanto a tráfico, estrés y contaminación (insisto que deberíamos mandar a todos los mini-me a un internado a Chihuahua, ¡saludos Clarissa!); saturación en FB con fotos de mamás tristes e hijos sonrientes en el primer día de clases y la búsqueda frenética de actividades vespertinas para mantener ocupadas a las criaturas del señor, hay un fenómeno que también termina (¡gracias Dios!) y algunos extrañan pero yo no: los cursos de verano.

Si ustedes tuvieron la buena fortuna de ir a uno donde se la pasaban increíble, ¡felicidades! el mío era horrible. Pero este texto no es para quejarme o tirar mala onda contra ellos sino al contrario, reírme y compartir un poco de los grandes ridículos que me tocó vivir ahí y que hasta el día de hoy me generan bullying por dos de mis primas (saludos Kari y Sofi).

Comenzaré por decir que tenía como 10 años (a lo mucho) y que yo prefería patear un balón en la calle a estar ahí pero creo que mi mamá necesitaba que mi hermano y yo estuviéramos un tiempo fuera del depa (no sé por qué si nos portábamos “tan bien”) y nos mandó a la Casa de la Cultura en Tepepan (ya se imaginarán a dónde va esto), pero en lugar de tanto rollo mejor les contaré la anécdota que le da el nombre a este post:

Resulta que una de las actividades que nos ponían era bailar. Sí, bailar. Y no conformes con lo agónico que era hacerlo contra nuestra voluntad (neta nos obligaban), la selección musical era para llorar: twist y sí, adivinaron: “sopa de caracol”. Así que todos los días fervientemente nos ponían a practicar y a “mover la cadera” bajo la amenaza de pasar a bailar solitos frente a todos los demás niños si no le echábamos ganas (mi hermano no me dejará mentir).

Seguramente dirán ¿qué hay de malo hacer algo así cuando nadie te conoce? que tus primas de Morelia estén de visita y las envíen al curso contigo (saludos Kari y Sofi) o que tu mamá esté tan feliz con el curso que lo recomiende a otras de sus amigas y a tus tías. 

De alguna manera te las arreglas para sobrevivir el curso de verano bailando “sopa de caracol” incluso con las burlas de tus primas y consciente de que en cada fiesta que suene esa canción te bullearán pero entonces sucede lo peor: el curso de verano termina con una obra de teatro de “La Bella y la Bestia”. Y sabes que cuando llegue el día habrá más primos, familiares y conocidos , ¡una pesadilla hecha realidad!

Así que hice lo más maduro que podía hacer: fingir que estaba enfermo para evitar ir al curso y que me dieran un papel en la obra. Todo salió bien cuando me enteré que una de mis primas era la taza encantada y su hermano (o sea mi primo) el villano o el príncipe, no recuerdo bien; así que entre la presión de mi mamá porque regresara y que yo me sentía seguro de haberme librado, acepté volver los últimos días (si mal no recuerdo mi hermano ya no regresó).

Aquí podría terminar mi relato si todo hubiera salido como lo pensé, pero esta historia sería decepcionante si no hubiera hecho un ridículo más ese verano, así que les diré lo que realmente pasó:

Cuando regresé las maestras insistían en que saliera en la obra (no sé si para evitar que me sintiera excluido) y por más esfuerzos que hice para evitarlo, (hasta me ofrecí para ser parte del equipo que haría la escenografía y el montaje), al final terminaron dándome unos “pequeños papeles” para actuar. Y salió peor.

Así que el día de la obra actué como “árbol 2” (porque no bastaba con tener un bosque pintado como escenografía y lo peor, moviendo mis hojas porque “hacía mucho viento”) con la dignidad herida de muerte y con una vergüenza total por estar ahí. Pero si esta humillación no era suficiente, también actué como “lobo 3” (mi papel era huir después de que la Bestia salvara a Bella de nuestro ataque) frente a mis primos, y mi tía orgullosa por los papeles estelares de sus hijos. 

Si mis papás sintieron pena ajena por lo que me tocó hacer, no me lo dijeron aunque con mi pena bastaba.

Y por si fuera poco, al parecer otro de mis primos me tomó fotos que nunca vi.

Fuck this shit.

15.9.15

¿Viva México?


Hoy es el grito de independencia. Yo recuerdo que hace algunos (muchos) años, esta fecha era motivo de celebración con mi familia; nos juntábamos todos los primos y tíos en la casa (normalmente mis papás organizaban) y celebrábamos llenos de orgullo; lo mismo en muchas casas de mis amigos y en general del país. Hoy ya no es lo mismo. Y no es lo mismo porque en el entorno nacional hay un sentimiento de pesimismo.

Prepárense porque hoy seguramente su FB se llenará de activistas sociales que gritarán y dirán que “no hay nada que festejar”, que si los “Peñabots”, que si “EPN es un vendepatria y un pendejo” (en lo segundo estoy de acuerdo), que “si los acarreados”, que si “al pueblo pan y circo con la Arrolladora”, “que si nos jodieron por una torta con refresco y vales de despensa”, y todo lo que se les pueda ocurrir. Tal vez tengan razón. 

No pienso ponerme a debatir si estoy de acuerdo con todos sus gritos de guerra (porque ninguno es argumento) y mucho menos pienso unirme a sus quejas de que no hay nada que celebrar en esta fecha. ¿Saben por qué? Porque México es mucho más que eso y yo sí tengo muchas razones para festejar este día.

Yo sí celebro porque cada calle de esta ciudad (y las de algunos estados) están llenas de recuerdos con la gente que amo y que ha marcado mi vida: Chiapas, Pátzcuaro, la Riviera Maya, Acapulco, Ixtapa, Morelia, Guanajuato, Zacatecas y muchos lugares más me dan motivos para sonreír cuando recuerdo los viajes y las personas que estuvieron a mi lado para compartirlos.

Y qué decir del DF con Coyoacán, la Condesa, Masaryk, la Roma, Xochimilco, Villa Coapa (entre otros): cuántas pedas, cumpleaños, reuniones, trabajos, abrazos, risas, besos, amor e historias guardan estas calles.

A veces se nos olvida que México no es una minoría de políticos que saquean descaradamente, sino la tierra que pisamos y la gente que vivimos en ella. Tal vez cuando aprendamos a valorar y agradecer el país que tenemos en lugar de quejarnos las cosas cambien y quizá ese día tendremos a los gobernantes que México se merece.

Mientras eso sucede yo seguiré diciendo: viva México hoy y siempre porque aquí nací, porque “a pesar de…” todos los días me da la oportunidad de vivir nuevas cosas, de conocer personas y lugares, de seguir sonriendo y maravillándome de todo lo que hay por descubrir: sus playas, sus ciudades coloniales, sus pueblos mágicos, sus pirámides, su cultura ¡su comida!, pero sobre todo su gente porque gracias a eso los conozco a cada uno de ustedes. Y por eso y más, como México no hay dos.

¡VIVA MÉXICO!



25.8.15

Gordito en rehab

Últimamente me he dado cuenta de dos cosas muy recurrentes en mi vida:
  • La gente me etiqueta en FB con fotos de actitudes de gordos.
  • La gente me regala comida: pasteles, pan, guisados; todo lo que se les ocurra llega a mis manos en cualquier horario.
Lo cual me hace pensar que o parezco niño desnutrido de UNICEF o todos saben que me encanta la tragadera. Y como francamente mi panza de perro de pueblo me obliga a descartar la primer opción sólo me queda reconocer lo que ya sabe la gente que me ha visto comer: soy un gordito.

El gordito al que le dan el último pedazo de pizza porque “todavía me cabe (albur free)”, al que le hacen ojos de “¿neta te vas a comer todo eso?” cuando va a un restaurante o el que escucha la bonita frase “no te vas a llenar” si salen a comer. El gordito al que le ofrecen lo que ya no se van a comer y normalmente lo acepta.

Aunque los últimos dos años entré en rehab “tratando de comer menos y más sano o de bajarle a la garnacha” (en serio lo intenté), ya es momento de aceptarlo: tengo una recaída; pero lejos de verlo como algo negativo, diré algo con lo que me odiarán los Nutriólogos (saludos Lau): ¡me alegro de tenerla!

¿Por qué? Porque amo comer y yo vine a disfrutar esta vida. Así que he decidido dejar de preocuparme menos por lo que como y ocuparme más en lo que me gusta; y no, esto no quiere decir que me dejaré ir como gorda en tobogán empacándome todo lo que se me ponga enfrente hasta que sude tocino (i love bacon!). Esto va más allá de la comida.

Porque pasé tanto tiempo preocupándome por la “dieta”, por hacer ejercicio, por hacer excelente mi trabajo y básicamente por “hacer las cosas bien” que dejaron de ser algo que hacía por convicción y se volvieron una obligación; y cuando eso sucede, para mí todo pierde sentido porque dejo de sentirme bien.

¿Saben cuántas veces dejé de hacer cosas que quería porque no era lo “más recomendable”? ¿O cuántas veces fui al gym sin ganas de ir porque “si ya me comprometí, tengo que seguir”? Un chingo. Por eso llegó el momento de volver a hacer las cosas por gusto (como retomar mi blog o comerme 3 rebanadas de pastel porque quiero y puedo), y dejar de pensar tanto en el qué sucederá o qué pensarán.

Así que si un día me ven dándome un atracón de comida o haciendo algo que no tiene sentido para ustedes no se preocupen; lo tiene para mí y seguramente estaré sonriendo por dentro, ¿por qué? Porque soy un gordito en rehab.



5.5.15

¡Abrazos a mi niño interior!

Yo fui un niño extravagante.

Me encantaba ponerme camisas de lunares, floreadas o con colores fosforescentes (entre más chillantes, mejor); sólo tenía un par de tenis hasta que eran prácticamente inservibles (una vez mis papás me obligaron a comprarme otros con la amenaza de que los míos irían a la basura, ¡y sí los tiraron!); mi pijama era un mameluco amarillo con el que parecía pollo mientras corría por toda la casa; dicen mis papás que cuando tenía como 3 años, me puse a bailar en una plaza pública en Acapulco mientras la gente me aplaudía, y sí se los creo.

Cuando veo las fotos de mi infancia compruebo que yo era extrovertido (y un poco ñoño, la neta) pero más que eso, era un niño. Y uno muy feliz. No recuerdo alguna foto donde haya salido serio, al contrario, siempre tenía una sonrisa (¡gracias a mis papás por eso!).

Me valía madres lo que la gente pensara de mí; si mi ropa combinaba o no, si estaba despeinado (aunque cuando se me hacía mi “gallo” sí me daba pena, lo admito), si andaba todo sudado, si se me estaba cayendo el cabello, si se me veía la panza o ya me habían salido “chichis” por pinshi gordo.

Rompí vidrios, pantalones, las muñecas de porcelana de mi mamá y copas de vino; jugué fútbol, basketball, baseball con mi hermano ¡en la sala de un departamento! (eso explica tanta destrucción) y me di en la madre muchas veces porque me atrevía a intentar las cosas aunque no siempre me salieran (mis rodillas y codos me lo recuerdan).

Hasta que un día crecí.

Y se me olvidó que lo importante de la vida no está en cuánto ganamos, en si alguien nos quiere o no, en tener el mejor puesto o el auto del año. Se me olvidó que la felicidad está en mí, en lo que vivo, en cada instante en el que disfruto lo que hago sin dejarme agobiar por las preocupaciones porque en realidad, nada es tan valioso como yo.

Afortunadamente he tenido aprendizajes que me lo han recordado. Hoy tal vez ya no pueda correr por mi casa vistiendo un mameluco amarillo, usar la ropa más extravagante y chillona o ponerme a bailar a media calle sin que alguien me vea mal o me critique; pero sé que si realmente quisiera hacerlo, no existe algo que me lo pueda impedir.

Ya pasó el día del niño. Muchos ya quitamos nuestras fotos infantiles de nuestro perfil y algunos se acordarán de ellas hasta el próximo año; pero lo que yo nunca olvidaré es que ese niño extravagante todavía vive dentro de mí.

Te prometo que haré que estés orgulloso de ver en quién te estás convirtiendo.

20.3.15

Agonía

Un día despiertas sintiéndote abrumado, incomprendido, lleno de problemas. La tristeza te invade. Por mucho que lo intentes, no puedes dejar de llorar. Te duele respirar. Aunque grites, nadie te escucha. Y entonces descubres con horror que estás atrapado.

Pero la luz y el amor se mantienen a tu lado aunque tú no puedas verlos y puede pasar mucho tiempo hasta que por fin abras los ojos a la verdad: depende de ti.

Porque la jaula en la que estás encerrado no se abre por fuera sino por dentro. Y el día en el que finalmente lo comprendes, eres libre para volar.

19.3.15

El Boing de durazno

Los que me conocen mucho y han tenido la paciencia suficiente para convivir conmigo saben que a veces puedo ser un poquito distraído y olvidadizo (bueno, siendo honesto la verdad es que decir “un poquito” es quedarme corto).

Normalmente a la gente “se le van las cabras al monte” pero básicamente las mías viven allá y sólo a veces vienen de visita.

Lo cierto es que esto siempre me ha generado problemas: cambio los nombres de las personas sin darme cuenta (y eso cuando “me acuerdo” aunque en realidad los invento y muchas veces ni me los aprendo), tardé muchos años (y enojos) para aprenderme el cumpleaños de mi mejor amigo; solito me meto en situaciones incómodas como irme a echar chelas con una amiga, preguntarle por la fecha de su cumpleaños y que ella con asombro me responda que quedamos de vernos los dos para ¡celebrar su cumple! (neta me pasó).

No saben cuántas veces después de hacer una pregunta alguien me responde con un “¿es neta?, ¡ya te lo había dicho!”, me mandan a la goma y yo obviamente me quedo con la duda porque ya no me aclaran nada.

Y les platico todo esto porque el fin de semana alguien me hizo notar que durante 3 días seguidos le hice la misma pregunta sin que yo estuviera consciente de eso. Sí, ¡3 días escuchando lo mismo! Lo bueno es que lejos de enojarse o desesperarse como muchas veces me ha pasado, pensó que era gracioso aunque por otro lado me dijo que le recordaba a su abuelita, lo que creo no es algo tan bueno para alguien de mi edad.

Gracias a eso, me acordé de una anécdota que les quiero contar y que le da el nombre a este post, ahí les va:

Hace como 9 años tenía pareja y un día nos fuimos a comer a algún lugar que obviamente ya no recuerdo pero era como una taquería; cuando nos preguntaron por las bebidas ¡descubrí que había boing de durazno! Nunca lo había probado ni sabía de su existencia así que lo pedí y me encantó. Obviamente le dije a mi novia todo emocionado que existía el boing de durazno y que estaba buenísimo.

2 semanas después volvimos a ir a comer a algún lado y sí, me volví a emocionar porque “no sabía que existía el boing de durazno”. Mi novia entre risas me decía que ya lo había probado y que cómo era posible que no me acordara. Pero ahí no termina todo.

Aunque no lo crean, menos de un mes después de eso me volvió a pasar. Y mi novia ya no se rió.

True story.

6.3.15

El miedo

Vivimos con miedo. Miedo a la oscuridad, miedo a crecer, miedo a morir, miedo a las arañas, miedo a ser asaltados, miedo a quedarnos solos, miedo a un chingo de cosas. Pero a lo que más le tenemos miedo, es a vivir.

¿Y por qué lo digo? Porque aunque no nos demos cuenta, el miedo muchas veces es el que rige nuestras decisiones, el que le da rumbo a las acciones y el que nos detiene a intentar algo nuevo.

Es algo que sin querer, nuestros padres nos inculcaron: desde pequeños nos enseñan a que si nos atrevemos, nos puede ir muy mal, ¿cuántas veces escuchamos el famoso “te vas a caer” seguido del “te lo dije” que acompañaba nuestras lágrimas después del madrazo que nos dábamos? O el “no me puedo dormir hasta que regreses a la casa, ¿qué tal si te pasa algo?” ¡no inventen! ¿Por qué pensar que algo puede salir mal? Y lo entiendo, no lo sabré hasta que tenga hijos (si los tengo), pero ni madres, me niego a enseñarles a vivir a través del miedo.

Obvio hay que cuidarse, tampoco se trata de ir por la vida siendo temerario o caminando sin mirar el entorno porque ahí sí, nos podemos dar miles de madrazos; pero eso es muy diferente a ir viendo a todos lados para ver cuándo nos llega el accidente que estamos esperando.

Y aunque la gran mayoría de nosotros hemos desarrollado conciencia de esto, la realidad es que hay muchas situaciones donde el miedo sigue presente en nuestras vidas. 

Le tenemos miedo a ser felices. Vivimos con el miedo de abrir nuestro corazón y que nos lastimen, de que se vaya quien amamos, de que no nos alcance el dinero, de ahorrar para un futuro impredecible; pero se nos olvida que de nada sirve pensar en el futuro si no construimos y disfrutamos nuestro presente.

Hace poco comprendí que cuando no estás aferrado a algo, tienes las manos abiertas para recibir todo. Yo lo único que les diría es que combatamos el miedo con fe y valor pero sobre todo, con amor: amor a lo que es, a lo que somos y a lo que seremos.


Despertar

Y un día descubrió que no importaba cómo lo vieran los demás, si lo buscaban o se hacían a un lado, si era popular o no. Aprendió que lo verdaderamente trascendente no es ser aceptado; es caminar con el corazón por delante.
Y ese día, despertó a la vida.