Hay amores que no se olvidan.
Pueden
llegar de imprevisto, alejarse sin avisar, regresar, volverse a ir y así
infinitamente; pero no se van en realidad. Son
amores que te marcan, que llegan para quedarse; amores que siempre estarán
contigo sin importar a dónde vayas ni con quién estés.
Nunca
he olvidado cómo me hizo sentir cuando llegó a mi vida: desde el primer instante, supe que nada sería igual. Descubrí que
la felicidad estaría en cualquier momento que estuviera a mi lado.
Dicen
que cuando es amor verdadero, todo fluye desde el principio y es verdad: cada segundo es invaluable. Pasas la
vida deseando algo así. Lo sientes, lo sueñas, imaginas mil escenarios posibles
y cuentas el tiempo para volver a
vivirlo.
Ayer me reconcilié con ese amor. Fue
como si el tiempo se detuviera y no nos hubiéramos distanciado por
tantos años.
Qué bonito fue prepararme para ese
reencuentro. Volver a sentir esa emoción, los nervios, la ansiedad de saber
que volveríamos a estar juntos. Y comprobar
que aunque el tiempo pase, siempre seguiré sintiendo lo mismo.
Pisar la cancha.
Patear el balón.
¡Qué chingón eres, fútbol!
17.2.15
16.2.15
No soy el que era ayer
No
soy el que era ayer, ni quien seré mañana. Hoy simplemente soy yo en la búsqueda
constante de descubrirme, crecer y conectarme; de encontrar la razón por la que
estoy aquí. Antes no estaba consciente de lo que pasaba pero hoy, hoy estoy vivo. Podré verme igual por
fuera, pero por dentro he cambiado: cada lágrima, cada sonrisa, cada
respiración me hacen diferente.
Una
energía cada vez más fuerte se mueve, crea luz en mi interior y crece todos los
días dentro de mí; la conozco, siempre ha estado ahí. Es amor. Gracias a ella he aprendido que no necesito caer al abismo para aprender a volar; sólo debo abrir mi
corazón.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)