5.5.15

¡Abrazos a mi niño interior!

Yo fui un niño extravagante.

Me encantaba ponerme camisas de lunares, floreadas o con colores fosforescentes (entre más chillantes, mejor); sólo tenía un par de tenis hasta que eran prácticamente inservibles (una vez mis papás me obligaron a comprarme otros con la amenaza de que los míos irían a la basura, ¡y sí los tiraron!); mi pijama era un mameluco amarillo con el que parecía pollo mientras corría por toda la casa; dicen mis papás que cuando tenía como 3 años, me puse a bailar en una plaza pública en Acapulco mientras la gente me aplaudía, y sí se los creo.

Cuando veo las fotos de mi infancia compruebo que yo era extrovertido (y un poco ñoño, la neta) pero más que eso, era un niño. Y uno muy feliz. No recuerdo alguna foto donde haya salido serio, al contrario, siempre tenía una sonrisa (¡gracias a mis papás por eso!).

Me valía madres lo que la gente pensara de mí; si mi ropa combinaba o no, si estaba despeinado (aunque cuando se me hacía mi “gallo” sí me daba pena, lo admito), si andaba todo sudado, si se me estaba cayendo el cabello, si se me veía la panza o ya me habían salido “chichis” por pinshi gordo.

Rompí vidrios, pantalones, las muñecas de porcelana de mi mamá y copas de vino; jugué fútbol, basketball, baseball con mi hermano ¡en la sala de un departamento! (eso explica tanta destrucción) y me di en la madre muchas veces porque me atrevía a intentar las cosas aunque no siempre me salieran (mis rodillas y codos me lo recuerdan).

Hasta que un día crecí.

Y se me olvidó que lo importante de la vida no está en cuánto ganamos, en si alguien nos quiere o no, en tener el mejor puesto o el auto del año. Se me olvidó que la felicidad está en mí, en lo que vivo, en cada instante en el que disfruto lo que hago sin dejarme agobiar por las preocupaciones porque en realidad, nada es tan valioso como yo.

Afortunadamente he tenido aprendizajes que me lo han recordado. Hoy tal vez ya no pueda correr por mi casa vistiendo un mameluco amarillo, usar la ropa más extravagante y chillona o ponerme a bailar a media calle sin que alguien me vea mal o me critique; pero sé que si realmente quisiera hacerlo, no existe algo que me lo pueda impedir.

Ya pasó el día del niño. Muchos ya quitamos nuestras fotos infantiles de nuestro perfil y algunos se acordarán de ellas hasta el próximo año; pero lo que yo nunca olvidaré es que ese niño extravagante todavía vive dentro de mí.

Te prometo que haré que estés orgulloso de ver en quién te estás convirtiendo.

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