Y quien
les diga que no, está mintiendo. Gritamos,
lloramos y sufrimos como cualquier señora (no
tan respetable) que ve cómo María la del barrio se siente mal porque la
maltratan y le dicen marginal (según yo
algo así pasaba).
Sí, los
hombres vemos telenovelas. Nos apasionamos
con los buenos y queremos que les vaya bien siempre; los apoyamos desde la
televisión mientras le gritamos lo que creemos que deben hacer. Lloramos cuando
lloran y reímos cuando ríen; nuestra felicidad depende de ellos (por raro que pueda sonar, ¡es cierto!).
Y así como las mujeres comentan el capítulo del día
anterior, nosotros hacemos lo mismo. Podemos pasar horas discutiendo los
personajes antes de que empiece y en especial cuando termina. Analizamos todo. Sabemos en qué se equivocó el bueno. Odiamos al malo. Esperamos con
mucha ilusión el siguiente capítulo.
Las mujeres imitan los atuendos de las
protagonistas, nosotros también. Y no
nos da pena. Por el contrario, nos sentimos orgullosos de vernos (así lo creemos) igual que ellos, y de
hacer lo que ellos hacen.
Pero sobre todo: creamos lazos. Nuestras novelas nunca pueden verse en soledad
porque nos unimos y damos apoyo, nos abrazamos cuando todo va bien y sobre todo
no nos da miedo llorar juntos cuando
algo sale mal.
Quizá la mayor diferencia es que nosotros somos
capaces de pagar mucho dinero (no siempre
lo hacemos) por ver nuestras novelas
y ustedes no y aunque en ocasiones cuando estamos decepcionados juramos que
nunca más veremos otro capítulo, lo cierto es que siempre volvemos a hacerlo.
Si todavía se preguntan cómo es posible que podamos enajenarnos de esa manera y dudan que sea cierto todo lo que les dije, pongan mucha atención la próxima vez que un hombre esté viendo un partido y lo entenderán. Bendito fútbol.
Si todavía se preguntan cómo es posible que podamos enajenarnos de esa manera y dudan que sea cierto todo lo que les dije, pongan mucha atención la próxima vez que un hombre esté viendo un partido y lo entenderán. Bendito fútbol.
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